jueves, 14 de octubre de 2010

La tierra chilena parió 33 vidas. La fe mueve montañas

Casi todo lo demás pasó a un segundo plano. Por lo menos en mi caso. Además de mi nacionalidad colombiana mi corazón y mi mente pertenecieron a Chile las últimas 24 horas. Seguramente es la misma historia de muchos de ustedes.

68 días para unos pocos y 69 para la mayoría, 700 metros bajo tierra, atrapados, conectados con el mundo material a través de un pequeño orificio, pero con sus espíritus y deseos unidos al de miles y miles de personas en latinoamerica, como nosotros, en el planeta entero, quienes en nuestras oraciones del día, de la noche, de la madrugada, dejábamos espacio para pedir por Luís, por Mario, también por Yonny, por Esteban, por Jorge... por sus familias. Por todos.

Esta historia que iniciara con cara de tragedia el 5 de agosto pasado cuando un derrumbe en una mina chilena a 830 kilómeros de su capital, Santiago, dejara a 33 trabajadores atrapados, tuvo final feliz, final de vida. Final de vida en el desierto de Atacama.

Increible que todo lo que pasó en estas recientes horas lo haya podido ver, en directo, a través de la televisión, de forma permanente: cómo una especie de carrete permitía que se desplazara hasta lo profundo una cápsula donde con dificultad cabía el cuerpo de una persona. La tecnología puesta al servicio de la vida. Increible el agujero que lograra abrirse para que 33 milagros se hicieran realidad.

Miraba esa rueda girar y hacía fuerza para que lo hiciera más rápido. Miraba esa cuerda de acero de la que pendía aquel cubículo y seguía haciendo más fuerza aún para que aguantara, una y otra vez. Miraba la emoción de los abrazos, los besos, las caricias del reencuentro, y los sentimientos de ellos eran los mios, también.

Miraba el video de los rescatistas, abajo de la montaña, y pensaba en su profesionalismo, pero mucho más en el coraje que tenían para arriesgar sus vidas. Pensaba en el valor de una sóla vida. De una sóla. Todo lo que representa.

Al final todo aguantó: la cápsula, la cuerda, la fe, el valor, el coraje, la solidaridad. Cuando finalmente salío el minero número 33, Luís Urzua, el alma volvió al cuerpo. Cuando salió el último de los rescatistas un par de horas después, encajó de manera perfecta.

Por mi mente también el "Chi Chi Chi - Le Le Le... los mineros de Chile", se hizo familiar. No era la celebración de un gol ni el recuerdo del premio nobel de Pablo Neruda o Gabriela Mistral, lo que me unía a Chile era el triunfo de la vida. Era comprobar, una vez más, que con la ayuda de la ciencia y la tecnología, la fe mueve montañas.

He sido, todos lo hemos sido, testigos de una historia que dentro de muchos años parecerá de película, si es que no aparentara serlo ya.

Es la misma felicidad que quiero para quienes están pudriéndose en una selva colombiana: los secuestrados.
Bienvenidos a la vida, mineros de Chile. A la distancia he sido testigo del parto de cada uno de ustedes.

1 comentario:

Sara Amelia Sandoval dijo...

Felicitaciones, paisano que bien detallazte los sentimientos por el renacer de los chilenos, amigos de corazón, de fe, de amor al projimo. Que podremos hacer por nuestros secuestrados, movamos el mundo organicemos una cadena de oración para el próximo 8 de diciembre empezando por colocar una velita el siete a la madre de Dios LA INMACULADA.