viernes, 28 de diciembre de 2018

¿Todo, a la distancia de una tecla?


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El hombre y la mujer son seres sociales por naturaleza, dado que sus relaciones no se quedan apenas en aspectos meramente intuitivos, sino que transcienden a otras dimensiones como la política, la cultural, la estética y la ética, para mencionar tan sólo algunas de ellas.

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Dentro de este contexto general cada día cobran mayor importancia las llamadas tecnologías de la información y la comunicación, como parte de la evolución de la especie misma y dentro de esquemas de convivencia con los demás elementos de la naturaleza.
Toda esta dinámica permite advertir la inmensa capacidad creativa e innovadora de los seres humanos, propiciando romper barreras propias de sus limitaciones físicas y generando, sin duda alguna, modelos de comunicación que permiten desarrollos tan rápidos y avanzados, que la invención de ayer pareciese quedar en un atraso significativo hoy.
El hecho que el mundo esté a un clic de distancia y que pueda disponerse de la mayor información posible sobre las diferentes áreas del conocimiento, posibilita que esa gran telaraña o sociedad de la información, como lo es Internet, por ejemplo, haya transformado varias de las relaciones humanas existentes.
La cantidad de información y conocimiento a la que hoy día se tiene acceso es impresionante, de ahí que se hable de tiempo atrás de la industria de la información y sus repercusiones en las economías internacionales.
Siguiendo a Martin y Frank, citados por Astudillo García, pueden destacarse dentro de dicho marco cinco grandes elementos de la denominada sociedad de la información:
Uno primero es el elemento tecnológico, que va mucho más allá de la invención de las máquinas en la revolución industrial para asegurar la producción en línea. Tiene que ver con el desarrollo de la cibernética y las telecomunicaciones, la constitución de redes para almacenar, procesar y compartir o tener disponibilidad de información de todo orden.
El hecho que en la actualidad se vaya al banco “sin ir” al banco, para hablar de operaciones económicas que pueden realizarse durante las 24 horas; de disponer de datos parciales y totales sobre los resultados de procesos electorales, sin hacer presencia en una oficina de la Registraduría; de tener acceso a bases de datos científicas, sin necesidad de viajar físicamente a los grandes centros de producción del conocimiento; se convierten, entre otros, en ejemplos concretos de la importancia fundamental de los avances tecnológicos en la referida sociedad de la información.
Un segundo aspecto es el relacionado con el elemento económico, pero desde la mirada de lo que se mencionara párrafos atrás: la aparición de la industria de la información y lo que alrededor de ella se mueve, como consecuencia de sus dinámicas propias. Una industria que cada día adquiere mayor peso en los productos internos brutos de los países y que vincula más y más personas.
La categorización que hace Machlup, también citado por Estudillo García, sobre las ramas industriales que comprometen a sectores como los de la educación, los medios de comunicación, las máquinas de información, los servicios de información y la investigación y desarrollo, hablan por sí solas de la importancia adquirida.
Las relaciones de poder sociales están marcadas en buena forma en los planos nacional e internacional, de acuerdo con los desarrollos tecnológicos, la generación y acceso a la industria de la información. De ahí que se entienda esa transformación de sociedades industriales a postindustriales, donde no es la máquina por la máquina, sino el mundo del conocimiento que subyace tras ella la que establece la diferencia. Los intangibles que aportan valor agregado de manera significativa.
Ejemplos de ésta parte lo constituyen la aparición cada vez de un mayor número de medios de comunicación, grandes y pequeños centros comerciales dedicados a la venta de equipos de computación (no se trata de la venta de máquinas, sino de conocimiento y cercanía a otras realidades), fuertes inversiones gubernamentales en varios estados para potenciar lo que algunos han de llamar “gobiernos en línea”, ofertas permanentes de bancos y bases de datos de conocimiento, el impulso e intento de masificación de la educación virtual, la venta de programas de computación para facilitar procesos (unos complejos y otros cotidianos) del comercio y otros sectores. Podría decirse que se trata de un gran negocio, para nada ajeno a las dinámicas de un modelo dominante como el capitalista.
El elemento ocupacional, en tercer lugar también cobra importancia histórica dentro del contexto de la sociedad de la información y se interrelaciona con los enfoques tecnológico y económico de los que se ha venido dando cuenta. No podría ser diferente, pues la explosión de las tecnologías de la información y la comunicación requiere de muchas personas comprometidas con dicho sector.
No es sino mirar y suponer con los ejemplos dados en los dos anteriores elementos la cantidad de hombres y mujeres vinculados con el sector de la información. Ahora, esa mirada y esa suposición no se quedan solamente en ahí, sino que pueden tranquilamente contrastarse con las estadísticas de diferentes países donde se demuestra cómo la industria de la información ha venido en crecimiento y, con ella, la fuerza de trabajo que demanda.
Estudillo García (2201) bien lo dice al advertir que “el conocimiento y la información se convierten en modos de producción no materiales”, en donde se establecen diferentes escalas o niveles: los productores y vendedores de conocimiento, quienes agrupan y divulgan información, y quienes son operarios de máquinas y tecnologías.
Un cuarto elemento es el tiempo-espacio que termina originando un rompimiento con las estructuras mentales presentes en las diferentes comunidades, por cuanto los avances tecnológicos permiten que el almacenamiento, procesamiento y distribución de la información no dependan de desarrollos cronológicos ni geográficos en particular, sino que transciendan estos conceptos.
Como lo plantea el propio Manuel Castells, tiempo y espacio se han transformado con la aparición de la sociedad en red. No podría ser de modo distinto, pues se ha hablado de los intangibles generados por la sociedad de la información. Las relaciones entre individuos-corporaciones y la banca, estudiantes y centros de conocimiento (en la educación virtual), y de medios de comunicación virtuales donde en cualquier momento se tiene acceso a producciones que están disponibles todo el día para su recepción y/o consumo, son casos notorios de la brecha entre el mundo físico y el mundo virtual; en otras palabras, realidades distintas. Al fin y al cabo, realidades.
El asunto es tan simple, pero tan complejo a la vez, como vivenciar el hecho de realizar una transacción bancaria cuando las puertas físicas de la entidad están cerradas, pero sus tecnologías de información disponibles de manera permanente. De hacerlo entre semana o los domingos y festivos. Un viernes santo o un 31 de diciembre cuando todos esperan el abrazo de año nuevo.
Finalmente está el elemento cultural. Las tecnologías de la información y la comunicación nos han hecho hombres y mujeres del planeta, esa “aldea global” que planteaba McLuhan para hacer referencia a la interconexión humana a escala global que posibilitan los medios de comunicación electrónicos.
La sociedad de la información dinamiza las relaciones culturales entre los seres. De hecho lo ha permitido. Los vecinos no son solamente quienes viven en la casa de al lado o trabajan en la empresa o fábrica de enseguida, sino aquellos con quienes se puede chatear entre Cúcuta y Paris; el profesor que está al otro lado del mundo impartiendo una clase de postgrado; los jugadores del Real Madrid y del Barcelona que se enfrentan en un partido de fútbol en España.
No se trata de desconocer las identidades locales, sino de saber que éstas hacen parte de un entramado mundial, que las relaciones simbólicas van más allá de los territorios y costumbres de determinados grupos sociales. En otras palabras, que el horizonte es mucho más lejano de lo que la vista humana alcanza a percibir, ahora está en la red, una red planetaria de la información y el conocimiento, seguramente con sobresaturación, donde los analistas simbólicos pueden sacar mejor provecho de estas otras realidades que el mundo de hoy por fortuna presenta.
La sociedad de la información ni sustituye ni suplanta, simplemente transforma.

Discursos de inclusión, prácticas excluyentes



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Al repasar la historia de la humanidad pareciese encontrarse una situación que, en vez de haberse ido superando, se ha hecho reiterada en la mayor parte del mundo por acción de las relaciones de poder que la especie misma genera a cada instante: la exclusión. 

Relaciones que tienen su fundamento en los postulados y acciones políticas, económicas, culturales y sociales, en general, que han llevado a establecer paradigmas dominantes no propiamente cruzados por sentidos éticos y valores morales que aseguren una convivencia digna y lo más armónicamente posible de los miembros de la especie entre sí y su relación con la naturaleza.

No es sino buscar lo que dice el diccionario sobre el término en referencia para advertir, en primera instancia, que exclusión es la acción y el efecto de excluir. Excluir, a su vez, es, según la misma Real Academia Española de la Lengua, quitar a alguien o algo del lugar que ocupaba; descartar, rechazar o negar la posibilidad de algo; dicho de dos cosas: ser incompatibles.

Seguramente podrían pensarse por lo menos dos maneras de ser o sentirse excluido: una primera, porque una persona o un colectivo no quieren pertenecer o identificarse con algo o alguien y, una segunda, porque ese algo o alguien simplemente no desea que otros hagan parte de él.

La generación, entonces, de relaciones dominantes que promueven teorías y acciones contrarias a principios y valores con presunciones universales como la igualdad, la solidaridad, la responsabilidad, la autonomía y el liderazgo, entre otros, quedan simplemente como retórica y listado de buenas intenciones en cartas nacionales e internacionales, más allá de las partes del mundo de donde provengan.

El capitalismo, por ejemplo, que ha tenido la habilidad de desarrollarse en diversas etapas según las circunstancias y los tiempos (mercantilismo, industrialización, neoliberalismo, etc.), sin duda alguna ha sido y sigue siendo un elemento de exclusión a más no poder. Su horizonte económico de generar riqueza a través del fundamento económico del capital como elemento de producción, apoyado en discursos y prácticas sociales, para escribirlo en términos simples, ha permitido que la mayor parte de quienes viven bajo ese paradigma vean a diario cómo muy pocos tienen lo que esa mayoría necesita.

Mundo desigual

Bien lo cuestiona Pogge (2005) al preguntarse: ¿Cómo es posible que persista la pobreza extrema de la mitad de la humanidad a pesar del enorme progreso económico y tecnológico, y a pesar de las normas y de los valores morales ilustrados de nuestra civilización occidental enormemente dominante?

Con la implantación del capitalismo difícilmente podría ser de otra forma, pues los enfoques, modelos, discursos y relaciones se presentan dentro de una clara relación social vertical, donde no es la discusión o el debate lo que precisamente motive el establecimiento de acuerdos entre las personas, sino la imposición y las dictaduras de otros seres de naturaleza natural o jurídico que en aras de postulados que hablan de la igualdad de oportunidades, la libre competencia y la globalización, saturan a las naciones con la creación de necesidades y, aquellas, que efectivamente lo son, terminan siendo convertidas en mercancías. Ejemplo cercano el colombiano si se repasa lo que sucede con la salud, la educación y los servicios públicos.

La obligación del capitalismo es para con los capitalistas no para con la humanidad, pues los índices de pobreza y miseria son cada día mayores; los programas asistencialistas apenas resultan sofismas de distracción para intentar hacer creer de la generosidad de un modelo que, como lo dice Borón en su texto sobre Mercados y Utopías, “el capitalismo ha experimentado una reestructuración regresiva a escala planetaria”, al introducir una explicación sobre el neoliberalismo, una de las tantas caras del capitalismo a lo largo de su historia.

Pero éste modelo dominante, que transcendió lo meramente económico, también ha tenido en la modernidad uno de sus aliados fuertes, pues dentro de esa dinámica impuesta socialmente, los aspectos relacionados con la racionalidad, el progreso y la democracia, han permitido de forma recalcitrante reproducir una y otra vez esas relaciones de poder, nada diferentes a las expuestas párrafos atrás; es decir, para producir riqueza (o pobreza?) y a través de ella generar más exclusión, creando diversos estadios donde algunos se ven superiores y muchos terminan creyendo ser inferiores, porque las prácticas sociales así lo enseñan.

Quienes no reconocen esos valores propios de la modernidad o no pueden acceder a ellos, por simple lógica terminan autoexcluyéndose siendo excluidos, y terminan alimentando “la producción de *residuos humanos* o, para ser más exactos, seres humanos residuales (los excedentes y los superfluos, es decir, la población de aquellos que o bien no querían ser reconocidos, o bien no se deseaba que lo fuesen oque se les permitiese la permanencia), es una consecuencia inevitable de la modernización y una compañera inseparable de la modernidad” (Bauman, 2004).

Para dónde vamos?

Podría pensarse que un modelo dominante tiene su razón de ser en la medida que permita a la humanidad alcanzar mayores niveles de justicia social, equidad, solidaridad y corresponsabilidad, entre otros valores; sin embargo, el periodo de la modernidad, aunque con sus ventajas científicas y tecnológicas, para citar algunas -además del progreso económico para una élite -, ha reiterado las profundas divisiones sociales y aumentado los niveles de miseria en el planeta, transformando la esclavitud anterior en varias comunidades a sometimientos presentados ahora de otras maneras.

Toma validez la pregunta de Pogge sobre “cómo es posible que persista tanta miseria pese al gran progreso alcanzado en las normas morales, pese a la consolidación de avances tecnológicos sin precedentes y pese al sólido crecimiento económico global” (Pogge, 2005).
Dentro de esta dinámica también cabe plantear el papel del Estado, pues es finalmente donde en forma práctica tienen aplicación los discursos y las prácticas de los paradigmas dominantes o hegemónicos y donde, dentro de la idea primaria que llama Hobsbawm (pensando en el Estado territorial), la institución como tal reclama y se siente con derechos sobre el pueblo.

Sin embargo, muchos de esos derechos hoy día no están condicionados sobre principios de autonomía, sino sujetos a los condicionantes que la modernidad y el mismo capitalismo contextualizan y recontextualizan a cada instante, propiciando agresiones a las culturas e identidades, como otro ejemplo evidente de exclusión.

Pareciese dejarse de lado, dentro de esas relaciones de poder también presentes en los estados, que una característica importante de los seres humanos y de la vida misma es la complejidad. Es decir, ni las relaciones ni los conflictos son simples y/o aislados, ni sus posibles gestiones apuntan en direcciones únicas e inequívocas; los diferentes elementos se entrecruzan, se interrelacionan, crean interdependencias, tienen más de una cara, están sujetos a factores internos y externos. Hay múltiples espacios para la incertidumbre.

Ahora, si se observa al ser como figura individual pero, también, como producto social, los aspectos culturales juegan papel importante, en el sentido de las definiciones que éste haga frente a sí mismo y su relación con la vida: cómo se piensa, cómo se concibe, qué posturas y acciones asume, entre otras cosas. Hay una herencia cultural, precisamente, que influye en la determinación de los principios y valores que personas y sociedades construyen para sí mismos. En otras palabras, los condicionamientos que llevan a individuos y colectivos a proyectar, gestar y desarrollar las personalidades y las comunidades que sueñan.

La dinámica de la vida de los estados se observa en la actualidad definida por factores externos, muchos de los cuales no representan las expectativas propias de las comunidades. Esa regulación, necesaria por demás, al interior y exterior de los estados tiene como problema que sólo unos pocos definen cómo deben ser las relaciones a nivel planetario en materia de salud, comercio, política, entretenimiento, etc. legalizando dichos discursos a través de los diferentes organismos internacionales y legitimándolos por varias vías, entre otras la de los medios de comunicación.

Internamente, los estados también generan procesos de exclusión por doquier. No es sino mirar el caso de Colombia, para citar otro ejemplo, y preguntar qué pasa con las comunidades indígenas, las negritudes y otros colectivos que resultan enormemente discrimados por el sistema.

El capitalismo, la modernidad, el Estado, son elementos e instituciones que generan exclusiones de diverso orden, no solamente en lo económico. Entonces, surge la pregunta: ¿Será posible humanizarlos? Un giro ontológico positivo seguramente empiece a ser parte de la respuesta, como lo enseñan diversas posturas y experiencias en el mundo.

BIBLIOGRAFÍA
BAUMAN, Z. (2004). Vidas desesperadas. La modernidad y sus parias. Paidos. Barcelona
Pogge, T. (2005). La pobreza en el mundo y los derechos humanos. Editorial Paidos, Barcelona.
Vega, E. (1998) (Editor). Lectura de Eric Hobsbawm. Marx y el Siglo XXI. Editorial Pensamiento Crítico. Bogotá.