miércoles, 8 de junio de 2011

¡Qué valga el ciudadano, no su voto!

Una de las mediciones cuantitativas de la opinión pública se posibilita a través de las encuestas, tanto que a veces algunas personas consideran que es la única manera de hacerlo, olvidando que desde la parte cualitativa se pueden lograr resultados interesantes y de mayor argumentación ciudadana. Claro está, no se trata de desacreditar un enfoque para pretender dimensionar el otro. Los dos son significativos.

¿Por qué el asunto? Porque a algo más de tres meses para asistir a las urnas con miras a la elección de gobernadores, alcaldes, asambleas, concejos y juntas administradoras locales en todo el país, empiezan ya a tomar fuerza y amplia difusión los estudios estadísticos sobre la intención de voto en los diversos rincones de Colombia. ¡Ni imaginar las que se vienen!
Plaza Central, Cácota -Norte de Santander-

Como es apenas lógico suponer en estos casos, una encuesta de carácter político determina el grado de favorabilidad o aceptación  que determinado candidato o precandidato tenga dentro de la ciudadanía con el objetivo de llegar a ocupar un cargo de elección popular. 

Los partidos, movimientos y campañas se concentran en conocer de manera fundamental este tipo de información. Hasta ahí nada raro. El problema es cuando los encuestados, incluyendo también a quienes no lo son, se dejan llevar más por la emoción o la amargura de los fríos números y no por los planteamientos o propuestas de los aspirantes. 

Causa inquietud cuando funcionan más las estrategias propias del marketing político-electoral desde lo anecdótico o circunstancial, para distraer la atención sobre lo fundamental,  y no las discusiones serias y profundas sobre el proyecto de sociedad que se quiere construir.

Los potenciales electores hoy, reales el próximo 30 de octubre, no pueden seguir permitiéndose el lujo de caer en las trampas que muchas veces se fabrican y tienden desde cómodas y a veces poco iluminadas oficinas, en el sentido que se les tome como personas de la mayor ignorancia y a quienes fácilmente se les puede manipular.
En ocasiones se escucha hablar más sobre los votantes como cosas pertenecientes a fábricas electorales donde se producen en serie simples máquinas o aparatos para señalar a alguien en un tarjetón en determinadas fechas, que propiamente el referirse a seres humanos que tienen sueños y aspiraciones individuales y colectivas motivados por el bien común.

Aunque la participación en un proceso electoral es apenas una mínima muestra de una sociedad que se piensa democrática, también puede llevar a concluir, sin necesidad de ser profundos en el análisis, que se puede caer fácilmente en un espectáculo farandulero que tiene de todo, menos de democrático.

¡Ése es uno de los principales cuidados que debe tenerse! Cada persona en capacidad de sufragar debe ser consciente del inmenso valor político y social que representa su voto. Por eso no tiene derecho alguno a feriarlo, a venderlo, a prostituirlo, a regalarlo.

Frases tan comunes el día de elecciones como 'regáleme su votico' o, 'le doy tanto', deben desaparecer del panorama. Aqui hay que entender que nada se regala, prostituye, vende o feria. Quien desee el llamado favor popular debe ganáserlo con la argumentación de las ideas y la simpleza de explicar que lo que propone es posible. El resto, es mera retórica, pura demagogia, nada distinto a la politiquería.

La ventaja que ofrecen los comicios regionales y municipales es que generalmente la comunidad sabe quién es quién. Es decir, no se trata de candidatos a quienes se observa como lejanos o  apenas se logran distinguir en los medios de comunicación, sino de personas con quienes nos cruzamos en las calles o vecinos nuestros, en el mejor de los casos. Entonces, no es lógico que se vote a ciegas por alguien, a no ser que la manipulación existente sea tan grande, descarada y enfermiza que los electores no perciban la misma.

Estos temas deben pensarse con tiempo, de lo contrario es seguir permitiendo lo que podría denominarse también una cadena alimenticia corrupta o, mejor, cadena electoral llena de vicios y deshumanizada, donde lo que vale es el voto, no la gente.

Las encuestas, volviendo al planteamiento inicial, deben tomarse entonces con reserva de inventario. En una campaña política los importantes no deben ser quienes se esconden tras el telón luego de haber cumplido su labor de maquillaje (asesores de imagen, agencias de publicidad, etc.). Los importantes tienen que ser los candidatos, sus propuestas y las organizaciones políticas que los respaldan, por grandes o pequeñas que éstas sean.

Aún más importantes, los electores, que como sujetos políticos en tanto ciudadanos que son deben hacer valer esa condición.