viernes, 31 de agosto de 2012

La paz de Colombia: entre la esperanza y el escepticismo

La nueva puerta que se abre para que el gobierno colombiano y la guerrilla se sienten a dialogar y a negociar una salida política al conflicto armado interno en el país, entrega una de las últimas oportunidades, sino la última, para que el pueblo como tal intente recobrar la confianza en el par de actores en esta materia.

Lo evidente es que ni la insurgencia ha podido tomarse el poder por las armas en este medio siglo de lucha, perdiendo cada día más el poco apoyo popular voluntario que a lo mejor le quede; ni el gobierno, incluyendo la época del polémico expresidente Álvaro Uribe Vélez, ha sido capaz de someter a los grupos guerrilleros.


Lo cierto es que la búsqueda de la paz debe ser una constante, no a cualquier precio, pero siempre como objetivo debe estar ahí, presente y firme.

La racionalidad humana enseña que son muchas las razones argumentadas que pueden encontrarse para negociar o no hacerlo, pues las miradas y los intereses de diversos actores de la vida nacional se enfrentan en una serie de debates ideológicos y prácticos.

Esta misma condición determina dos aspectos contradictorios, según las lecturas que se hagan, tal como la realidad misma lo demuestra: cualquier momento es indicado para negociar la paz, pero no todo momento es oportuno para sentarse a la mesa.

Existen analistas que sostienen que las fuerzas militares tienen que debilitar a las organizaciones subversivas para que éstas se vean presionadas, obligadas a desmovilizarse, so pretexto de algunas consideraciones que puedan recibir del Estado.

Otros, por su parte, manifiestan la necesidad de parar el cotidiano baño de sangre que por épocas  recrudece la guerrilla, casi siempre cuando logra acercamientos con su contraparte. 

Muchas de estas discusiones se dan al más alto nivel, desde cómodas oficinas cubiertas por escoltas y, generalmente, dentro de las comodidades (políticas y económicas) que a sectores privilegiados ha traído el negocio de la guerra en que se convirtió el conflicto colombiano.

Seguramente los más esperanzados en que el nuevo intento de paz fructifique sean los soldados, policías, infantes y guerrilleros rasos y, de paso, los padres, familiares y amigos de éstos, quienes semana a semana tienen que enterrar a unos y otros. Son ellos quienes padecen de forma cotidiana la brutalidad del conflicto y a quienes menos se les consulta su opinión.

El comodín de que para buscar la paz hay que hacer la guerra ya no cabe en una nación como la colombiana, por más compleja y absurda que parezca ser la realidad nacional en distintos escenarios.

De las experiencias, aciertos y errores del pasado debe aprenderse, desde los intentos de negociación política de los nacientes grupos subversivos en los años 60, en especial el ELN con el gobierno del Presidente Alfonso López Michelsen, hasta la mesa del Caguán entre las FARC y el Presidente Andrés Pastrana Arango. 

No pueden obviarse ni olvidarse los procesos de paz que llevaron a la desmovilización y retorno a la vida civil de grupos insurgentes como el M-19, buena parte del EPL, el PRT, el Quintín Lame y la Corriente de Renovación Socialista.

50 años de enfrentamientos armados han dejado muchas heridas en los corazones de los colombianos, por eso el escepticismo reinante en importantes sectores de la sociedad. Pero, por eso, también la esperanza de otros significativos grupos de pobladores porque en esta oportunidad se hable con la verdad, entre gobierno, FARC y ELN y, sobre todo, se piense en el pueblo, ése que tiene derecho a convivir en paz y a dejar de poner los muertos.

Valdría la pena dejar titular dentro de algún tiempo, así no sea nada fácil, a Juan Gossaín la noticia que siempre quiso dar, como lo revelara en una entrevista televisiva: "Estalló la paz en Colombia".


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