martes, 25 de octubre de 2011

Que los niños encabecen la fila del retorno a casa

Una sociedad que no cuida y respeta a sus integrantes, en especial a los niños, algo de enferma debe tener. Un reciente informe de la ong Fundación País Libre revela que en Colombia cada mes son secuestrados 4 menores; es decir, uno semanal en promedio.

El asunto no solamente preocupa por quienes cometen ese tipo de actos demenciales, sino también por las miradas complacientes de los ciudadaos del común que apenas ofrecen sus lamentos pasajeros cada vez que aparecen en los medios de comunicación las noticias sobre un nuevos casos.

El drama vivido hace algunos días por la familia del alcalde del pueblo araucano de Fortúl con el plagio de Nhora Valentina, hija del mandatario y felizmente regresada a la libertad, resulta de esos que obligan mediáticamente a las autoridades a ofrecer respuestas y acciones casi que inmediatas. No ocurre muchas veces lo mismo con aquellos secuestros que permanecen en una especie de anonimato al no ser portadas de los periódicos.

Llevarse por la fuerza a cualquier persona resulta ya una atrocidad. pero hacerlo con unos seres inocentes e indefensos que apenas advierten que detrás de esos mundos de fantasias que construyen en sus mentes hay unas realidades algo crueles, resulta cínico y vergonzozo, además de criminal.

La sociedad en ocasiones pareciera presentarse indolente ante el drama del secuestro, dejando todo el dolor y carga a quienes lo padecen de forma directa: victimas, familiares y allegados. Las autoridades hacen esfuerzos pero no resultan suficientes.

Dice País Libre que según estadísticas recogidas de los años 2007 a 2011 de 212 casos reportados la guerrilla tuvo responsabilidad en 12, las bandas criminales  en 4, igual número para familiares comprometidos en los plagios y 186 corresponden a la delincuencia común.

Qué dificil resulta intentar entender que un ser humano, por cualquier circunstancia, atente de esta forma contra la vida de un niño. Es más, no resulta racional ni razonablemente comprensible.
Cuando se tiene un hijo no se concibe ya la vida sin él. Por eso, saberlo separado por la fuerza y con la incertidumbre de cómo está y si volverá algún día y en qué condiciones, resulta una especie de muerte en vida. La incertidumbre, la ilusión y la desesperanza brotan a cada instante y se confunden. Se trata de esas cicatrices que permanecen para siempre.

Si bien es cierto que a inicios del siglo XXI el país tenía el deshonroso título de ser la parte del mundo con el mayor número de secuestros y que las cifras han disminuido en el último decenio de manera significativa, todavía se está lejos de respirar con tranquilidad. 

Aquí hubo un momento (1999-2000) en que había 8 plagios diarios reportados o conocidos. Diez años después las cifras disminuyeron a uno o menos cadas 24 horas en promedio, según los reportes de País Libre entregadas en anteriores oportunidades.

Los colombianos  deben reclamar cada segundo, cada minuto, que regresen sanos y salvos todos los secuestrados. Que los niños encabecen esa fila y que ojala su inocencia no permanezca secuestrada del todo.


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