miércoles, 5 de octubre de 2011

De protestas, represiones y reflexiones

Las vías de hecho no resultan aconsejables porque puede saberse cómo inician  pero, con dificultad, cómo terminan. Sin embargo, en múltiples ocasiones los colombianos han tenido que acudir a prácticas de ese tipo para ser escuchados o, por lo menos, llamar la atención frente a necesidades no resueltas en diversos órdenes.

Lo que ocurre en la Universidad de Pamplona, uno de los más importantes centros de educación superior del oriente colombiano, debe llamar a la reflexión y el aprendizaje permanentes.

Bien resulta cierto que no todas las acciones de protesta estudiantil en Colombia se conciben como violentas, pues la mayor parte de ellas agotan determinadas instancias hasta que... algo pasa.

Este último aspecto es el que vale la pena revisar para intentar conocer por qué las gestiones de algunos conflictos terminan siendo contrarias a aquello que deberían perseguir: cero violencia.

Resulta indispensable analizar cuantas veces sea necesario, no solamente en lo educativo, qué pasa con el funcionamiento de lo público en el país. En este caso lo público no es simplemente una institución oficial, la universidad, se trata de la educación.

El Estado no puede 'bajarse por las ramas' y continuar alimentando a través de su apatía, negligencia y/o incompetencia de los funcionarios en  los diferentes niveles las responsabilidades que tiene en tal sentido, para seguir pensando que las respuestas inmediatas a las protestas se traduzcan en enviar a escuadrones de policías  a restablecer el orden donde se encuentra alterado.

Lo que sucede en Pamplona y en otros tantos sitios del país con las universidades oficiales de provincia es creer, por parte de algunos, que por el hecho de haber nacido pequeñas y en ciudades intermedias así deben permanecer, sin mayores aspiraciones, por siempre.

En oportunidades se han fijado compromisos que reclaman con urgencia los cumplimientos del caso y no mera retórica o simples expectativas.
Si en una universidad se acude a las vías de hecho es porque las cosas están fallando. ¿Qué puede esperar entonces la sociedad de la academia si no es capaz de resolver de manera racional y razonable las tensiones que al interior de ella se generan?

Si la capacidad de diálogo no se aplica,  se dilata o se transforma en detrimento de lo que debe ser, hay que replantear el asunto.

Las universidades más que formar profesionales para un mercado deben formar ciudadanos, es decir, sujetos políticos que tengan qué decir cosas y ayudar a tomar decisiones en las vidas de sus comunidades, pensando en su bien pero, sobre todo, en el bien común, aspectos que no tienen por qué resultar excluyentes en esa construcción permanente de ciudadanía.

Ahora, dentro de las vías de hecho es preferible ver a estudiantes marchando por las calles y no enfrentados a la policía, bien sea porque provocan esa situación o porque se les tiende un camino hacia allá.

Los estudiantes de la Unipamplona nunca se han destacado por emplear la violencia física cuando de hacer sus reclamos se trata. Por eso resulta extraño y particular lo que ha venido aconteciendo.

Ni los estudiantes que protestan son los malos, ni los policías que reciben órdenes son los malos. Lo malo es dejar progresar situaciones, conflictos, que gestionados de otras maneras tendrían que ofrecer alternativas menos traumáticas y más propositivas, aquellas a las que está obligada la academia en sus diferentes niveles, pero con respaldo financiero del Estado.

Qué lejos está Colombia de soñar con tener educación superior gratuita.


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