lunes, 8 de agosto de 2011

La fea costumbre de querer encasillar a la gente

Colombia parece desgastarse en una serie de situaciones que en buena parte de las oportunidades distraen la atención sobre los temas que a la gente del común afectan. Hasta hace algún tiempo se nos quería encasillar entre uribistas y anti-uribistas, por aquello de los dos polémicos periodos presidenciales de Álvaro Uribe Vélez.

Ahora, un año después que éste hubiese tenido que salir del palacio de gobierno se hace evidente otra polarización que busca saber quiénes son uribistas y quiénes santistas, para intentar medir de forma cotidiana el pulso entre el ex mandatario de la 'seguridad democrática' y el, desde el 7 de agosto de 2010, Presidente de la República Juan Manuel Santos.

Palacio de Justicia. Bogotá.
Varios medios de comunicación alimentan ese juego fabricando noticias donde muchas veces no las hay, sino simplemente por el hecho de estar matriculados en una u otra orilla (¿acaso no es la misma?), cuando no tratando de pescar políticamente en esa especie de río revuelto. En cientos de oportunidades esas informaciones les llegan ya pre-fabricadas haciéndose pasar por eso, informaciones, y no como lo que ciertamente contienen: propaganda y desinformación, elementos opuestos a lo noticioso.

En un país donde la mayor parte de su población vive entre la pobreza y la miseria, donde otras miles de familias intentan subsistir con el mayor decoro posible, donde aspectos claves para el funcionamiento de cualquier Estado Social de Derecho como la salud y la educación terminan entregándose al capital privado, porque a las entidades oficiales las han quebrado conscientemente, ¿Qué va a interesar de fondo cómo se lleva Santos con Uribe, o viceversa?.

No es que el tema le resulte ajeno al ciudadano de a píe, pues éste ha aprendido a asistir de espectáculo circense en espectáculo circense, sino que en el fondo no encuentra respuestas satisfactorias a las precariedades sociales que tiene, empezando aún por necesidades básicas insatisfechas, en pleno siglo XXI.

Es más, la persona del común tiene sobre entendido que las peleas se presentan para buscar hace prevalecer aquello que en la calle llaman 'roscas', o grupos de amigos que detentan el poder, porque en el fondo los modelos y políticas que implementan unos y otros son los mismos.

La institucionalidad, es decir, las reglas de juego que aseguran el manejo del sistema político y social advierten unas cosas y las realidades demuestran otras. 

Leer y releer la Constitución Nacional, los derechos fundamentales, los sociales, económicos y culturales, además de los colectivos y del ambiente allí consagrados, hacen pensar que la manera de afrontar las debilidades internas no han tenido las mejores prácticas en muchos años, ni que se puedan aceptar respuestas simplistas en el sentido que se trata de 'cuestión de estilos' entre unos gobernantes y otros.

Querer tapar el sol con los dedos de las manos al enfatizar que se persigue a ex funcionarios con serios indicios de haber sido corrupto,s simplemente porque pertenecen a un bando u otro, resulta poco menos que absurdo y hasta cínico. ¿Cuál el miedo a que la justicia actúe? Si a los cuatro vientos los todopoderosos predican que no tienen garantías, entonces... ¿Qué pueden pensar y sentir los parroquianos comunes y corrientes? 

Valorar la justicia como buena o mala dependiendo si se absuelve al amigo y se condena al enemigo no resulta sano en ninguna pretendida democracia.

Si hay jueces corruptos, pues que se les investigue y meta a la cárcel tambien. Lo cierto es que aquí tampoco se trata de sembrar dudas sobre todo el mundo para intentar deslegitimar lo que de forma legal puede resultar irrefutable.

En la medida que la rama judicial haga su trabajo bien hecho, es decir, obre en justicia, las cosas en Colombia empezarán a cambiar, pues los delincuentes tendrán cada día menos espacio para hacer de las suyas y los recursos públicos serán eso y no una especie de lotería para quienes lleguen con pretensiones de adueñarse de los mismos.

Por razones como las anteriores es que resulta esteril continuar polarizando al país entre uribistas y santistas, pues el problema no es de cosmética. Aquí sí  hay que hacer separaciones, pero entre los decentes y los indecentes, los correctos y los corrutpos, los que se asocian para ayudar y ser solidarios y aquellos que lo hacen para delinquir, los que poco duermen por estar trabajando y quienes también lo hacen pero para dar rienda suelta a sus torcidas mentes. 

Lo anecdótico no puede seguir distrayendo al país de aquello fundamental.


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