sábado, 22 de mayo de 2010

¿ Barras bravas o... delincuentes con disfraz ?


Ir a diferentes estadios colombianos a observar partidos de fútbol profesional para muchos de nosotros puede resultar una forma de despejar la mente, compartir en familia o pretender encontrar en esos noventa minutos de duración de un encuentro la manera de integrarnos y reconocernos como miembros de determinada comunidad.

Por ejemplo, aún recuerdo cuando el Cúcuta deportivo quedó campeon por primera vez (diciembre de 2006) del torneo nacional, o la flamante actuación del equipo rojo y negro en la copa libertadores de América del año siguiente, cuando se estuvo muy cerca de obtener el máximo título del torneo de clubes más importante del continente.

Seguramente sean recuerdos y sentimientos similares a los de muchos otros seguidores de clubes y equipos de balompie en el país y en otras partes del mundo porque, pese a no ser el deporte de mayores emociones, el fútbol y su comercialización están por encima de las demás actividades de dichas características en el planeta. Seguramente superior al campeonato mundial, por ejemplo, apenas estén los juegos olímpicos. Por lo menos, lo considero así.

Y es que el fútbol tiene esas cosas raras de ver entre los hombres (género masculino): abrazos, lagrimas, sonrisas y hasta besos. O ...¿Acaso resulta cotidiano observarlo? Tampoco es que sea una escena común detallar cómo en plena tribuna quienes asistimos terminemos en las mismas con los vecinos de puesto, a quienes ni siquiera conocemos en la mayoría de los casos, para cantar un simple gol o celebrar una victoria.

Muchos vamos al estadio, llevamos un radio para que nos cuenten lo que estamos viendo, luego llegamos afanados a las casas para ver otra vez los goles por televisión (de los que fuimos testigos), abrir una página de internet y leer los comentarios del encuentro. Al otro día pasa lo mismo con el periódico impreso y más repeticiones de goles en la pantalla chica.

Que amanezcamos de buen humor o sin muchas ganas de hacer lo que nos toca, es algo en lo que también este deporte influye. Mejor dicho, el fútbol puede ser el circo del pueblo, la anestesia para distraernos de los problemas sociales, el sofisma para que no pensemos en lo importante. Puede ser eso y mucho más, según se le mire, pero como espectáculo es único, claro, para quienes lo siguen.

¿A dónde quiero llegar? Al daño que desde hace rato están provocando desadaptados sociales disfrazados de hinchas de equipos, quienes llegan a ciudades y estadios a drogarse, robar, herir y hasta matar, solamente porque alguien es aficionado de otro onceno o luce una camiseta diferente.

Para rematar este panorama, muchos, pero muchos de quienes cometen dichas conductas son adolescentes, jovencitos cuya única meta en la vida es ver jugar a su equipo cada ocho días, sea donde sea. Recorren cientos de kilómetros, aguantan hambre, piden limosna para conseguir lo de la entrada y, al final de cada partido, buscan armar la pelea con sus supuestos rivales y, cuando no lo consiguen, entonces entre ellos mismos.

No es sino echar miradas rápidas a las tribunas donde se instalan para ver las armas cortopunzantes que logran ingresar a los estadios, la marihuana y otras drogas que consumen y las maneras con que buscan intimidar a los demás espectadores.

Ni la organización del fútbol ni el gobierno pueden seguir pasando por alto esta situación. El problema no es de control policial sino de examinar en estos jóvenes a qué otras cosas se dedican, qué hacen sus familias (si es que viven con ellas), qué antecedentes tienen y, tal vez, lo más importante, cómo pueden resocializarse. No resulta justo que vidas de muchachitos de 14, 15 o 16 años se sigan destruyendo y aquí no pase nada, más allá de los reportes noticiosos de los medios de comunicación cuando cada domingo hablan de goles y violencia en los estadios y fuera de ellos. A los mayores de edad que los castiguen y los metan a la cárcel. Hay que empezar por ahí.

¿Quiénes están detrás de las barras bravas? ¿Quiénes son sus patrocinadores? ¿Por qué tanta demora para legislar sobre esta materia?

Las anteriores son algunas de las inquietudes que pueden surgir sobre el particular. Las respuestas seguramente son conocidas por determinadas personas que hacen parte del negocio, pero deben buscarse y conocerse públicamente.

A barras ya identificadas de eqipos como Nacional y América no se les debería dejar entrar a ningún estadio del país por ser un peligro social, por tener entre sus integrantes a delincuentes o, por lo menos, personas que se esfuerzan cada día por demostrar que lo son.

Así mismo, vivir o tener negocios en cercania a los estadios se ha convertido en un problema para la gente cada vez que hay un partido de fútbol. la fuerza pública parece más preparada para asistir a un campo de batalla que para acompañar un espectáculo deportivo.

Ojala esto que se volvió cotidiano en Colombia y otros países de suramerica cambie, pero no por rezarle al espíritu santo, sino porque quienes tengan que actuar, conforme a la ley, lo hagan.

Habrá tiempo para hablar luego de los Vélez y Mejías de la radio que en cada frase que locutan destilan veneno y odio, esos mismos personajes acostumbrados a apagar la candela con gasolina.

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