viernes, 30 de agosto de 2013

Protesta: sí. Violencia: no.

Las protestas que han venido desarrollándose en distintos puntos del país  resultan justas y convenientes. Justas, porque el abandono gubernamental al que ha estado sometida históricamente buena parte de la población, como la campesina, por ejemplo, resulta vergonzosa.
 
Además, porque no se puede seguir permitiendo que en un país de tanta riqueza como Colombia donde la calidad de vida debería ser de las mejores del mundo, la implementación de políticas, planes y proyectos en apariencia públicas, en apariencia de interés colectivo, resulten favoreciendo a la reducida clase económica privilegiada de siempre.
 
Frases del común como que 'los ricos cada día tienen más y los pobres cada día tienen menos ' no resultan ajenas a la realidad que se vive. Ni los subsidios que reciben algunas familias pueden disimular dicho panorama.
 
También, las protestas resultan convenientes porque no es posible que con el país hagan y deshagan y aquí no pase nada. A través de ellas se demuestra que Colombia no es simplemente un territorio lleno de consumidores, de votantes, de espectadores o de idiotas útiles frente a todo lo que sucede.
 
Es interesante saber que hay ciudadanos que, como tal, están preocupados por sus necesidades particulares pero, sobre todo, por el bien común. Que hay intereses comunitarios y sociales que posibilitan generar puntos de encuentro para presionar y buscar salidas a tantas problemáticas existentes.
 
Ahora, lo que resulta reprochable, repudiable, censurable, lo que no se puede seguir permitiendo es que actores violentos le hagan perder legitimidad a las luchas de aquellas personas de bien que salen a las calles y carreteras a exigir condiciones de vida digna.
 
Los hechos vandálicos no tienen nada que ver con los reclamos de miles de colombianos: campesinos, camioneros, mineros, comerciantes, docentes, estudiantes, desempleados, etc.
 
La violencia generada por el Estado hacia sus ciudadanos a lo largo de tantos gobiernos, de tantos años, al no invertir los recursos debidos con destino a las clases populares de la población, en primer lugar, no puede responderse con más violencia por parte de algunas personas o grupos.
 
Los más interesados en que no se produzcan actos violentos en las manifestaciones son quienes participan de éstas de forma contundente pero pacífica, vertical pero inteligente.
 
Nada peor para una nación que acostumbrarse  a la violencia, que resignarse ante ella. Eso ha pasado en Colombia. Eso no puede seguir ocurriendo. No se está condenado a vivir así. No es una cosa del destino, mucho menos genética.
 
Aquí no puede seguir imperando el ánimo belicista de los de derecha o de los de izquierda interesados en 'pescar en río revuelto', porque la persona que arroja la piedra al policía y el uniformado que reprime el ataque, el integrante de la fuerza pública que abusa de su legítimo poder y agrede y el ciudadano que se defiende, terminan siendo hijos de las mismas familias humildes, necesitadas de atención, que tienen el mismo sueño de una Colombia mejor.
 
A quienes protestan hay que respetarlos y atenderlos. A quienes promueven actos criminales hay que identificarlos y castigarlos.
 

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