lunes, 8 de octubre de 2012

La victoria de uno no es la derrota del otro

La victoria de Hugo Chávez en Venezuela no es la derrota de Capriles y la oposición. El resultado electoral del domingo en la República Bolivariana tiene mucho más que cifras.

Que el actual Presidente venezolano pueda asegurarse llegar a 20 años de mandato (hasta el 2019) es algo que no resulta sano para democracia alguna, así decisiones de ese tipo provengan del pueblo, del voto popular.

Lo mismo hubiese escrito si a Álvaro Uribe Vélez en Colombia las cosas se le hubiesen dado para asegurarse una tercera reelección.

Volviendo al caso del vecino territorio, debe reconocerse que el proyecto político de Chávez sigue vigente, por más que guste o no dentro y fuera de las fronteras del país de Bolívar. Resulta indudable que el resultado electoral fue claro y sin objeciones.

También es claro que la oposición al gobierno en Venezuela se ha consolidado y si no surgen divisiones internas insuperables, será nuevamente gran opción de poder para llegar al Palacio de Miraflores a partir de enero de 2020.

El discurso de Henrique Capriles la noche del domingo reconociendo la derrota fue algo que dejó enseñanza, no por haberlo hecho en sí, sino por la madurez de cada frase y la forma gallarda como aceptó la decisión, sin poner en tela de juicio lo sucedido.

Todo este panorama lleva a pensar que para Hugo Chávez, si bien las bases populares lo siguen respaldando en buen número, no tanto como él ha pregonado, el trato hacia la oposición debe ser de respeto, como mínimo. De la misma forma, de escuchar y atender las críticas cuando le sean formuladas.

Un Jefe de Estado no lo és apenas para una parte de la población, la afecta a sus intereses, sino para toda la nación.

Venezuela está a tiempo de evitar que las diferencias políticas terminen en conflictos armados a futuro. Son varios los ejemplos indeseables que se han presentado en el mundo.

Es cierto, Chávez seguirá gobernando, legal y legítimamente. Eso queda claro. Lo que no puede es desconocer que hay una buena parte de la población que tiene otras expectativas políticas, que no resultan menos válidas que las suyas.

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