domingo, 17 de abril de 2011

Propósitos en Semana Santa


La Semana Mayor, como también se le conoce en el mundo católico, debe permitir una serie de reflexiones y acciones que posibiliten cambios no sólo en lo espiritual, también en lo material. De lo contrario, no dejará de ser un periodo de descanso para algunos, de cumplir con unas obligaciones religiosas para otros o, simplemente, unos días que pueden ser aprovechados para otras cosas.

¿Por qué lo anterior? Resulta difícil creer que un un país como Colombia de mayoría católica y donde se profesan otros credos, donde muchos dicen sentir temor de Dios, donde se acude con aparente devoción a misas y otros ritos, donde muchas de las cosas que se hacen desde las primeras horas del día hasta las últimas de la noche son encomendadas al Creador, ocurran entonces tantas injusticias, se cometan tantas arbitrariedades y se actue tantas veces de manera irresponsable.

Con toda seguridad se trata de manifestaciones que terminan siendo menos numerosas que aquellas llenas de vida, altruismo, solidaridad, compromiso, fe, respeto y convivencia que a diario se presentan. Como diría alguien: "los buenos somos más". Sin embargo, no dejan de causar preocupación, angustia y dolor situaciones que no tienen presentación en un territorio colmado por doquier de riquezas en cualquier orden.

La calidad de persona que es el colombiano, su espíritu de lucha, su tenacidad para el trabajo, su disposición a toda hora para acudir cuando se le requiere, su afán de superación, su apego a la patria, terminan siendo maltratados por conductas que no son propias de las personas, sino adquiridas, alimentadas y hasta alcahuetadas en distintas oportunidades.

Por ejemplo, no cabe en cabeza alguna que aquí todavía sigamos en un conflicto armado interno, más allá de las justificaciones que algunos actores puedan encontrar para ello. Es sangre de colombianos, de los más humildes, la que se derrama a cada instante. Otra nueva generación está naciendo y seguimos en las mismas, así los nombres de los protagonistas cambien por épocas.

Tampoco es admisible que niños y niñas que apenas se acercan a la adolescencia sean mercancía de quienes hacen fortunas a expensas de sacar provecho de mal llamados negocios como el sicariato, la trata de personas y la mendicidad, entre otros. Eso es criminal.

De igual manera, no resulta aceptable que las condiciones de marginalidad en que habitan cientos de familias en las periferias de los grandes y pequeños centros urbanos sigan creciendo a ritmos acelerados, convirtiéndose dichas escenas en elementos decorativos del paisaje, común a las miradas de propios y extraños sin que surjan soluciones de fondo.

Menos aún, que cientos de compatriotas sigan secuestrados, varios de ellos pudiéndrose en las selvas y volviendo a ser recordados por el país cada cierto tiempo cuando quiere armarse un espectáculo valiéndose para ello del impacto que ofrecen los medios de comunicación.

Así mismo, no puede ser tolerable el más pequeño nivel de corrupción que se registre en el manejo de lo público y de lo privado, sobre todo de lo primero, donde tienen que primar los intereses comunes de la sociedad, tarea fundamental para impulsar la construcción de ciudadanía y generar auténticos procesos de participación y desarrollo. Varios de los males que hoy afronta el territorio colombiano en materia de infraestructura, para citar un caso general, no son culpa exclusiva de la fuerte temporada de lluvias, sino de la improvisación en obras y la falta de calidad en éstas, para no ir tan lejos.

La religiosidad que se profesa en Colombia debe estar supeditada a que se haga el bien y no el mal al vecino, al amigo, al desconocido, al opositor.

Escenas como la del sicario que ora para que pueda matar a su víctima y no lo atrapen, seguramente la del contratista que paga una promesa con tal de no ser descubierto en sus fechorías, la del funcionario que asiste al oficio religioso dominical pero se roba los dineros destinados a la salud y educación del pueblo, la del empresario que viaja por el mundo y visita, además de otros sitios, lugares sagrados mientras sus trabajadores se quedan devengando salarios de hambre, no son dignas de la fe ni de la espiritualidad que se aparenta profesar.

Porque esta Semana Santa sirva de verdad para que muchos pensamientos y corazones se transformen. De lo contrario, no pasará de ser otra temporada en que los buenos seguirán orando mientras corruptos y criminales malgastarán el tiempo para seguir maquinando en sus mentes enfermas las maneras sucias y tramposas de ponerle piedras a las ruedas de esperanza de todo una nación.

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