martes, 8 de marzo de 2011

La violencia de género: etapa aún por superar

Colombia tiene una deuda social con las mujeres. Por esa razón, además de la celebración hoy del Día Internacional de la Mujer, debe darse el espacio para que además de los besos, abrazos, ramos de flores y otros detalles, el país siga avanzando en la dirección correcta en materia de equidad de género.

Sea hoy la oportunidad de compartir algunas reflexiones, aún por profundizar, a propósito de tan significativa fecha.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos cuya proclama se diera el 10 de diciembre de 1948 por parte de la Organización de Naciones Unidas, ONU, reza en su artículo primero: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.

Cabe precisar que esa igualdad está dada en los dos aspectos referenciados: dignidad y derechos, en el sentido que, frente a lo primero, no hay seres ni razas superiores o inferiores y, en cuanto a lo segundo, todos los integrantes de la especie deben gozar de los mismos derechos.

Sin embargo, esa igualdad no debe verse y convertirse como sinónimo de pensares y actuares homogéneos o uniformes, sino analizarse dentro del contexto social y cultural en que unos y otros se desenvuelven, pues allí hombres y mujeres no son iguales, simplemente distintos, algo fácil de decir y escribir pero difícil de aceptar en un mundo donde buena parte de los discursos y las prácticas se han construido, deconstruido y reconstruido desde una perspectiva patriarcal-dominante, que muchos hombres y mujeres han alimentado por siglos, los primeros al imponerla y, las segundas, al aceptarla.

En este caso podría adecuarse la inquietud de Pogge (2005: 15) cuando al preguntarse sobre ¿“cómo es posible que persista la pobreza extrema de la mitad de la humanidad a pesar del enorme progreso económico y tecnológico, y a pesar de las normas y de los valores morales ilustrados de nuestra civilización occidental enormemente dominante”?, para plantear el interrogante pero expuesto ahora desde la óptica sobre el tratamiento dado a la mujer dentro de ese mismo contexto de marginalidad.

Lo que no resulta claro, entonces, en la práctica, es cómo el mundo de occidente, para hablar de esta parte del planeta, abanderado e impulsor de los modelos de democracia y derechos humanos es protagonista dentro de sus relaciones de poder de aislamientos y exclusiones hacia la mujer, a pesar de los avances que ésta ha tenido en el último tiempo en espacios como el educativo, político y laboral, no porque se le haya dado a manera de concesión, sino porque a través de la lucha y la persistencia lo ha ganado.

Aquí bien cabe plantear lo que señala Ortiz Rivas (1994: 2) en el sentido que: “es cierto que los derechos humanos constituyen una valiosa categoría del orden legal, pero no son invento del 'derecho positivo, sino que al margen y con independencia del poder político, encarnan valores duramente conquistados por la humanidad, valores que provienen de la filosofía moral, política o jurídica”. Ese camino de luchas lo han tenido que recorrer las mujeres hasta lograr que las mismas normativas empiecen a explicitar respuestas a sus reclamos.

En ese orden de ideas Cornell (2004: 337) al hacer referencia al tema de los derechos, pero, ahora sí, desde una postura feminista, plantea que la exigencia que se impone para la formulación de una teoría de la justicia es que las mujeres deban ser pensadas y evaluadas como personas libres, y que todas las formas de legislación igualitaria deben adaptarse para que sean coherentes con la libertad de las mujeres.

Dentro de esta amplia mirada cabe cuestionarse sobre la generación y perpetuación, por así llamarlo, de las identidades en la sociedad colombiana, a partir de las reflexiones que surgen desde la perspectiva de género, en especial la feminista, en medio de grupos de personas y comunidades con elevadas riquezas naturales, humanas y creativas, pero también intérpretes de conflictos gestionados de formas violentas, donde la mujer ha sido discriminada, excluida y, en ocasiones, tratada como cosa y no como persona, en el aspecto integral del término.

No es sino revisar la historia oficial y formal de la República desde su constitución hace 200 años, tras haber logrado la independencia de España en 1810, para hallar ‘grandes ‘héroes’ de la patria y tal cual heroína, estas últimas no tantas como el número de amantes que se dejan leer en las páginas de diferentes libros cuando de dar cuenta de los libertadores se trata.

Las imágenes de los hombres que iban a los frentes de batalla mientras las mujeres se quedaban al cuidado de los hijos y las propiedades se han visto desfilar en documentales y series audiovisuales, lo que ha ayudado a acentuar mucho más esas ideas sesgadas sobre el supuesto deber ser del rol de la mujer en la sociedad, incluso restándole mérito y valor a dichas tareas, de por sí nobles y agotadoras.

Es así que en un país como Colombia que ha experimentado diferentes tipos de violencias a lo largo de su historia, la mujer ha sido relegada y vulnerada de diversas maneras: en algunos casos sometida casi con exclusividad a los oficios domésticos, incluyendo la crianza; en otros, a satisfacer apetitos sexuales; algunos más, relacionados con ejercer labores dentro y fuera de la casa en jornadas extenuantes, cuando no todos los anteriores en uno.

Si bien, aunque desde la segunda mitad del siglo XX las mujeres empezaron a tener derecho al voto, aumentó de manera considerable el número de ellas buscando formación académica de carácter profesional, ganaron algo más de espacio dentro del mercado laboral, no significa que la cultura patriarcal, machista, pueda considerarse como etapa superada en el país, pues sigue tan presente como antes pero con algunas modificaciones, entre ellas la independencia económica que la mujer ha logrado ganar en varios casos para no vivir a cuenta del hombre, en este caso, de su pareja.

Ahora bien, si de adentrarse algo en el conflicto armado interno colombiano se trata, para intentar tener otro referente particular de la violencia de género en el país, el panorama no es nada alentador. Muchos de los dramas de desplazamiento, torturas y homicidios han recaído en las mujeres.

A varias de ellas se les ha forzado a tener armas y accionarlas para ‘defender’ una u otra causa, en muchas otras circunstancias han quedado viudas, huérfanas o expulsadas de los territorios que habitan, además de los múltiples casos de acceso carnal violento registrados. En otras palabras, la mujer colombiana no ha resultado ajena al conflicto, por el contrario, ha sido una de sus victimas dentro de la degradación cada vez mayor que éste presenta.

Sin embargo, no resulta común encontrar los temas de género en las investigaciones que sobre el conflicto armado se han realizado en Colombia y, mucho menos, en las agendas de negociación cuando gobierno y guerrilla, por ejemplo, se han sentado a la mesa. Al intentar explicar la compleja situación colombiana bien se habla de “una guerra que se mueve entre las motivaciones políticas, económicas y sociales, en espacios en que se confunden lo legal, lo ilegal, lo legitimo y la delincuencia. Una guerra que se da dentro de un espiral de criminalización creciente, deshumanización marcada, desarraigo acentuado […] (Medina Gallego, 2009: 43). Entonces, ese panorama seguramente ofrezca algún tipo de respuesta al encabezado del presente párrafo.

Además, el débil ejercicio de la ciudadanía ha imposibilitado que en variadas oportunidades discusiones sobre la necesaria equidad de género no hayan logando mayor trascendencia Esto resulta fácilmente demostrable cuando se vende la idea general que es una ‘tragedia’, por ejemplo, una derrota deportiva y no los miles de casos de violencia intrafamiliar, maltrato laboral y vejámenes de todo tipo de que son victimas cientos de ciudadanos en el país, incluidas las mujeres.

A lo mejor esa construcción simbólica que empieza a hacerse en los mismos niños desde sus primeros años, cuando a los hombres se les regala armas y carros representados en juguetes para enfrentarse al mundo exterior, mientras a las niñas se les obsequia elementos propios de la casa, especialmente de la cocina, por citar apenas un caso de la vida cotidiana, ayudan a generar esas barreras que de lo familiar pasan a lo social y alimentan diversas taras que luego se reproducen en la vida adulta.

Finalmente, y como complemento a lo expuesto atrás, vale la pena revisar en materia de sexo y género algunos de los datos resultantes del más reciente censo de población realizado en Colombia durante 2005 por el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas, DANE.

Del total de la población colombiana el 51,2% son mujeres y el 48,8% son hombres.

· Las mujeres representan el mayor proporción de la población en todos los grupos poblacionales excepto en el de 0 a 14 años donde el 51% son hombres y el 49% son mujeres.

· En el área urbana de los municipios del total de personas de 5 años y más el 8,2% de las mujeres y el 8,9% de los hombres son analfabetas.

· En el área rural de los municipios del total de personas de 5 años y más el 21,3% de las mujeres y el 22,3% de los hombres son analfabetas.

· El 25,4% de las mujeres de 5 años y más frente al 48,2% de los hombres reportaron haber trabajado la semana anterior al censo.

· El 34,3% por ciento de las mujeres de 5 años reportaron haber realizado oficio del hogar la semana anterior al censo frente al 3,0% de los hombres.

· En el área rural de los municipios del 11,6% de las mujeres de 5 años y más frente al 50,2% de los hombres reportaron haber trabajado la semana anterior al censo.

· En el área rural de los municipios el 49,8% de las mujeres de 5 años y más realizaron oficios del hogar la semana anterior al censo frente al 5.8% de los hombres.

En fin, aunque para muchas personas los problemas de género son de carácter menor, bien vale la pena reflexionar sobre aspectos de este orden, empezando por las mismas mujeres y buscando también el empoderamiento de los hombres, pues los desarrollos social y humano no se logran cuando los unos oprimen a los otros, simplemente pensando que se trata de una voluntad natural, social o divina.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

CORNELL, D. (2004). Pensar (en) género. Teoría y práctica para nuevas cartografías del cuerpo. Millán et al (editoras). Pontificia Universidad Javeriana, Instituto Pensar. Bogotá.

DEPARTAMENTO ADMINISTRATIVO NACIONAL DE ESTADÍSTICA (2005).Manual técnico del censo general.

MEDINA GALLEGO, C. (2009). Conflicto armado y procesos de paz en Colombia. Memorias casos FARC-EP y ELN. Universidad Nacional de Colombia.

ORGANIZACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS (1948). Declaración Universal de Derechos Humanos.

ORTIZ RIVAS, H. (1994). Los Derechos Humanos. Reflexiones y normas. Editorial Temis, Bogotá.

POGGET, T. (2005). La pobreza en el mundo y los derechos humanos. Editorial Paidos, Barcelona.

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