martes, 16 de julio de 2013

"¿Cómo está la hermana República?"

Esa pregunta me la formuló un taxista en algún lugar de Venezuela al expresarle que, junto a mi familia, éramos turistas colombianos. Durante algunos segundos guardé silencio pensando cuál debía ser la mejor respuesta.
 
Podría haberle dicho que Colombia sigue siendo un país de gente trabajadora, pujante, optimista a pesar de las adversidades. Que ya somos 47 millones de habitantes. Que nuestra selección de fútbol esta a punto de clasificar al mundial. Que el próximo año elegiremos nuevo Presidente de la República. Que nortesantandereanos y tachirenses nos la llevamos bien en la frontera.
 
Otra opción era expresarle que las multinacionales son las que mandan en el país. Que los gobernantes siguen haciendo mal la tarea. Que buena parte del pueblo se deja distraer muy fácilmente sobre los verdaderos problemas que padece. Que los campesinos del Catatumbo siguen protestando y el gobierno tratando de satanizarlos. Que los cafeteros irán nuevamente al paro. También los mineros. Que la salud... Que la educación... Que los políticos...
 
Disimulando mirar por la ventana el paisaje tomé otros pocos segundos para seguir especulando mentalmente una posible respuesta, mientras el aparato de radio del vehículo dejaba escuchar una emisora que programaba baladas de Julio Iglesias y otros artistas de su generación (la de Julio y la del taxista). La respuesta podría ser sinceramente cruda o, políticamente correcta.
 
Claro, además había que pensar si el interlocutor era chavista, antichavista o si la política partidista le importaba poco o nada, esto último algo difícil de encontrar en Venezolano alguno.
 
-¿Y cómo van las cosas por allá?- Insistió el taxista.
 
Ya no había que seguirlo pensando. Resultaba descortés guardar más silencio y todavía faltaban unos treinta minutos de recorrido, según los cálculos que había hecho luego de indagaciones preliminares sobre la ruta desde el aeropuerto hasta un hotel.
 
-Si fuera Uribista- empecé a contestarle- le diría que van muy mal. Si fuera Santista, no tendría opción diferente a expresarle que el país retomó el rumbo que debía llevar. Pero como no soy ni lo uno ni lo otro, simplemente un colombiano más, le manifiesto que las cosas debieran marchar muchísimo mejor. El pueblo camina por un sendero y parece que sus dirigentes por otro. De todas maneras soy optimista. Tenemos un gran país, como el suyo-.
 
Ahora quien guardó silencio por unos segundos fue el taxista. No supe si mi respuesta fue destemplada, demasiado simple o algo diferente a la que él esperaba.
 
No queriendo dar espacio a otro tipo de averiguaciones quise cambiar de tema indagando por el nombre de la avenida por la que circulábamos. A partir de ese momento empezó una fluida conversación sobre lugares comunes, amenizada por la música pa' planchar.
 
Mi hijo de seis años, Nicolás, quien había aprovechado el trayecto para dormir algo, una vez despertó formuló una pregunta fulminante, desconociendo los aprietos en que me había puesto el profesional del volante con sus primeras indagaciones: -¿Papá: qué pasaría si Ud. fuera Presidente de Colombia? 
 
Por fortuna, para mí,  en ese momento la voz que se dejó escuchar fue la del veterano y amable taxista: -Llegamos. Aquí es. Son 200 bolívares-. La respuesta a la pregunta de mi hijo quedó para después. Había que ayudar a bajar las maletas.
 

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