lunes, 18 de marzo de 2013

Las herencias políticas: deporte nacional

Si se revisara el mapa político del país, en general, y de las distintas regiones, en particular, sería común identificar durante los algo más de 200 años de vida republicana de Colombia los apellidos de pocas familias que siempre ha tenido la capacidad de decidir por ellos, y por los demás.
 
Palacio del Congreso de Colombia, Bogotá.
En otras palabras, la concentración del poder político en el territorio nacional ha sido tan evidente que para los ciudadanos se volvió común no preguntar por los nombres de sus próximos gobernantes o congresistas, sino simplemente deducir por los apellidos que tengan los afortunados servidores de la cosa pública a qué casa pertenecen.
 
Ese linaje (familias políticas), como dirían los entendidos en la materia, ya es hora que empiece a entregar cuentas serias al país y a las regiones, pues seguramente a quienes a él pertenecen les ha ido de maravilla, cosa contraria a lo que ocurre con las personas de a píe.
 
La élite política como grupo minoritario en Colombia que ha sabido concentrar la ocupación de funciones y la toma de decisiones en el Estado, en correspondencia con las órdenes que recibe de la élite económica nacional y transnacional, está en deuda con los colombianos.
 
Si el repaso es a nivel de Presidencia de la República apellidos como los Ospina, Pastrana, López y Lleras encabezan el reparto. En el orden del Congreso de la República, de las gobernaciones y de las  alcaldías el asunto no es que sea para nada diferente.
 
Existen apellidos en distintas regiones donde pareciera que sus integrantes nacen para casi una sola cosa: ser políticos profesionales. Los Mosquera Chaux, García-Herreros, Char, Name, Díaz-Granados, Morelli, Guerra Tulena,  entre otros más, apenas son parte de los ejemplos que pudieran encontrarse con facilidad en varios puntos de la geografía colombiana.
 
Mejor dicho, los políticos nacionales se jubilan por viejos y no por buenos. Como si fuera poca cosa, al hacerlo, quienes recogen siempre sus banderas son los familiares: hijos, hermanos, tíos o primos, que están haciendo cola como si se tratase de un sistema monárquico y no democrático el que estuviese implementado en esta sociedad.
 
Ahora, cuando el apellido no coincide toca empezar a revisar los nombres de esposas o esposos, cuñadas o cuñados, pero con dificultad de alguien diferente a los que marque el llamado árbol genealógico.
 
En todo este sentido la élite política de Colombia en lo nacional y en lo regional ha sido lo suficientemente inteligente para enredar a la población con sofismas de distracción, mientras esta última ha dado demasiadas pruebas de su ignorancia al seguir alimentando el bienestar de unos pocos.
 
No se trata de decir y/o argumentar que debe castigarse a alguien por llevar tal o cual apellido, o por pertenecer a una familia de tradición en la política partidista, sino de reclamar oportunidades para los ciudadanos del común en la alta dirección del Estado.
 
El sistema político colombiano al más alto nivel resulta siendo excluyente y cuando los electores pueden cambiar ese panorama prefieren hacerse los sordos, ciegos y mudos, para que sigan los mismos con las mismas haciendo de las suyas.
 
El día que los electores sean menos emotivos y más pensantes, los politiqueros, de derecha y de izquierda, empezarán a temblar. El problema en la sociedad es que profesionalizamos a los políticos y éstos, desde hace rato, se convirtieron en rueda suelta.
 
Dentro de un año los colombianos en capacidad de votar volverán a las urnas. ¿Qué pasará?
 
 

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