jueves, 11 de noviembre de 2010

¿La furia de la naturaleza o... la falta de acción?


Fotografía: http://www.cruzrojacolombiana.org/

Las cifras de los damnificados por el invierno en Colombia en lo que va de corrido del segundo semestre de 2010 supera el millón de personas. Pueblos enteros inundados tras el desbordamiento de rios y quebradas. Personas muertas, casas destruidas, cultivos arrasados, carreteras intransitables, proyectos de vida suspendidos, tragedias por doquier.

Ese panorama resulta cruel pero nada diferente al que ocurre durante cada temporada de lluvias en el país. Las imagenes de hoy parecen copia de las de ayer.

Es cierto que la fuerza de la naturaleza resulta predecible pero incontrolable en muchos casos y, sin embargo, parecemos no aprender de las lecciones del pasado. En unos casos la necesidad de levantar un techo en cualquier sitio, en otros el deseo de creer que lo que los males ajenos nunca serán vividos en carne propia y, en varios más, la falta de planeación y acción de las autoridades locales, regionales y nacionales para buscar un elemento que dista mucho del dicho al hecho: la prevención.

No resulta comprensible cómo las escenas se repiten por montones cuando Colombia tiene un territorio tan extenso y fértil que alcanzaría para que centenares de familias que hoy día viven en la miseria lo pudieran hacer de forma digna. Sin reformas agrarias serias la frase anterior no pasará de ahí. El asunto es que mientras el gobierno siga atendiendo con paños de agua tibia las crisis invernales, como la actual, las cosas no van a cambiar.

En ese orden de ideas, no podemos seguir con la costumbre de echarle toda la culpa a la naturaleza mientras las soluciones que se plantean son de carácter circunstancial, aprobando y declarando todo tipo de emergencias mientras las cosas pasan, se olvidan durante el verano y vuelven a ponerse sobre el tapete con las lluvias del año siguiente.

Si debieran reubicarse poblaciones enteras o barrios, en los casos más extremos, hay que hacerlo. ¿Que los costos son muy altos?. ¡Claro! Nada es gratis. ¿Acaso no le invertimos millonadas a la guerra y dejamos que los corruptos terminen feriando los dineros públicos, para citar apenas un par de ejemplos?

La solidaridad de los colombianos que ayudan cada vez que se les convoca no puede tomarse con burla. Burla que se registra cuando en los presupuestos de las entidades públicas competentes terminan destinándose cifras irrisorias para atender los eventuales desastres que se presenten que, como se advierte, terminan siendo todo menos de carácter imprevisto.

Eso sí, resulta de admirar el trabajo de grupos como la Defensa Civil, la Cruz Roja y la Policia, entre tantos más, que terminan luchando de una u otra manera para que los damnificados tengan algún aliento y sientan la presencia del Estado, ése que en los grandes círculos gubernamentales de poder termina siendo lento, amnésico e insensible. De por sí los pobres adquieren valor en épocas electorales, cuando tratados como mercancias terminan recibiendo pagos en innumerables ocasiones por los votos que depositan en las urnas.

Nada peor que la tragedia y el dolor resulta el habituarse a convivir con ellos, porque esa situación genera desesperanza, incredulidad, desasosiego, las mismas con las que miles y miles de damnificados del invierno vienen inundando sus mentes y corazones desde hace tantos años.

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