sábado, 2 de junio de 2012

Del bochornoso espectáculo en la UFPS

Sigue siendo bastante comentado, apenas obvio, el triste espectáculo vivido con ocasión del cierre de la Semana Universitaria de la Francisco de Paula Santander el pasado jueves, cuando cinco mujeres decidieron en plena tarima semidesnudarse para ganar un concurso, motivadas por un locutor radial.

Opiniones las ha habido de todo tipo: desde aquellas que reclaman de directivas y estudiantes de la institución actuaciones acordes para con el nivel de educación al que pertenecen, como otras que cuestionan la calidad académica y el poco impacto que la UFPS ha tenido en la región durante sus cincuenta años de existencia.

Quien escribe estas notas lo hace desde la compleja perspectiva de varios roles: periodista, profesor universitario, egresado de un programa de posgrado de la misma Francisco de Paula Santander, padre de un joven estudiante de tercer semestre en  dicha casa de estudios y, lógicamente, ciudadano comprometido con el departamento.

El acto en sí es vergonzoso, deplorable, humillante. No hay excusa o intento alguno de justificación frente a lo sucedido. 

Lo cierto es que, lastimosamente, en muchas ocasiones lo cultural y artístico se confunde con lo vulgar o ramplón y lo bueno que se hace en materia de disertaciones académicas, muestras musicales y de artes plásticas finaliza de mala manera con veladas donde el consumo de alcohol, drogas y hasta sexo irresponsable terminan haciendo de las suyas. 

Ese panorama no es exclusivo de una sola institución, aunque tampoco puede tolerarse porque no aplica esa frase de que 'mal de muchos, consuelo de tontos'. Debe es servir para revisar el modelo de sociedad que tenemos, de familia que construimos, del libertinaje en que andamos.

De una sociedad de consumo donde el 'todo vale' no se pueden esperar grandes cosas, pero si quienes se están formando para intentar salir de ese lodazal que ha querido convertir hasta lo más noble en mercancía, incluyendo la educación y los mensajes de los medios de comunicación, caen en las mismas prácticas reprochables, lógicamente el asunto aumenta la preocupación y la indignación

Aquí, culpables son todos: padres de familia que cada vez comparten menos tiempo con sus hijos, medios de comunicación, en general, que parecieran tener como responsabilidad social el desarrollo lucrativo de sus propios negocios, instituciones educativas que capacitan para las necesidades del mercado y no para generar procesos de transformación social, incluidas aquellas privadas de alto renombre que forman a quienes luego continúan el camino de la explotación social desde los altos cargos del Estado, a través de la aplicación de modelos perversos.

Si bien resulta cierto que las universidades públicas nortesantandereanas todavía están lejos de convertirse en el faro orientador de los grandes procesos de avance que reclama la región, tampoco podemos caerles con el látigo despiadado que cause mayor dolor en las heridas, haciendo olvidar lo poco o mucho que hayan podido ayudar a construir.

Las universidades deben acercarse más a las comunidades. Las comunidades deben acercarse más a las universidades. A veces la apatía de la gente hacía sus centros de educación en lo superior asusta y desconsuela. 

Los medios de comunicación pueden ayudar mucho para intentar cambiar el actual panorama y generar mayor grado de sensibilidad de una y otra parte, no registrando solamente los desórdenes y actos bochornosos como el destape de unas estudiantes en un acto masivo, sino dedicando algo más que unos cuantos centímetros, segundos o imágenes para reseñar resultados de formación, investigación o extensión social, por incipientes que en oportunidades resulten.

Lo ocurrido no puede dejarse pasar por alto, pero aquí tampoco el objetivo ha de ser estigmatizar a unas jóvenes y a una institución. A las estudiantes involucradas en el escándalo hay que ofrecerles ayuda psicológica para que a la emotividad de sus acciones le agreguen  racionalidad. También al locutor y animador de turno y a tantos otros del oficio que confunden irreverencia con grosería.

A la Universidad hay que reclamarle, y apoyarle, para que tenga programas acreditados de alta calidad, docentes cada día con un mayor nivel de formación académica, resultados de investigación pertinentes y oportunos, laboratorios con tecnología de punta, programas consolidados de bienestar para todo su personal, rotación en sus cargos y posgrados cuyas ofertas no resulten excepcionales.

En fin, los retos son muchos y no se concretan con simples reflexiones ni discursos como éste, sino con atención e  inversiones económicas más altas del gobierno nacional y no con las miserias que entrega, compromisos serios del gobierno departamental donde a veces los recursos desaparecen como por 'arte de magia' sin que los órganos de control procedan, y con un mayor acercamiento  y vigilancia por parte de la sociedad.

Que las críticas que se sigan escuchando en ésta y cualquier otra ocasión, por más justas, reales y convenientes que parezcan ser, sirvan más para alimentar y proyectar el sueño de la universidad que Norte de Santander merece y no para adoptar esas actitudes canibalescas de acabar con todo aquello que dé 'papaya'.