viernes, 18 de febrero de 2011

Servicio social: ¡ se necesitan líderes !



Cuando se habla de las formas de ser de habitantes de distintas partes del país, para no poner el asunto más allá de nuestras fronteras nacionales, aparecen distintos calificativos que se han ido posicionando en las mentes de todos nosotros, a manera de estereotipos. Que los de tal lado son emprendedores, los de más allá buenos para los negocios, los de más acá algo perezozos, los de al lado 'mamadores de gallo', los vecinos del otro lado parranderos, etc.

Algunas de esas cosas pueden resultar válidas, otras, un tanto exageradas. Lo cierto es que la riqueza del pueblo colombiano está dada en su diversidad, en las diferentes cosmovisiones o formas de ver y entender el mundo. Situación apenas natural en un territorio tan extenso y rico en biodiversidad, además de los millones de compatriotas que hacemos parte de este país, incluyendo a los indígenas y afrocolombianos a quienes muchas veces tratamos de invisibilizar en sus sueños y proyectos de vida, como si acaso todos no pertenecieramos a una misma especie, a una sola raza: la humana.

Toda esta introducción para preguntar qué es lo que identifica al hombre y a la mujer nortesantandereana. ¿Acaso su condición de vivir en frontera? ¿El hecho de disponer de riquezas naturales y variedad de climas que envidiarían otras regiones del planeta, para intentar convivir en armonía con el entorno? ¿A lo mejor la posibilidad de sacar adelante sus propósitos con base en la tenacidad que poseen? ¿Seguramente el caso de habitar una región llena de múltiples necesidades y de poca inversión oficial y privada?

Aspectos positivos y otros no tanto, queriendo dar respuestas a los anteriores interrogantes, entre varios más que puedan surgir sin mayor esfuerzo, tal vez aparezcan según las intenciones con que se quiera mirar el asunto; es decir, de acuerdo con el ángulo desde donde se quiera observar el panorama.

Entonces, van surgiendo nuevos interrogantes, mucho más concretos, sobre situaciones que desde hace tiempo han debido ser realidad y aún hoy se continúan reclamando para que hagan parte de la cotidianidad del nortesantadereano:

¿Por qué un proyecto tan importante para garantizar el abastecimiento de agua para la región como el embalse multipropósito del Cínera, del cual se ha escuchado hablar durante tanto tiempo, sigue siendo una utopía?

¿Qué pasa que ni habiendo tenido presidentes de la república y ministros de obras públicas, la carretera Cúcuta-Ocaña, a pesar de su notoria mejoría, siga sin conocer el asfalto en su totalidad? ¿Los viaductos que deben construirse cuando se harán realidad? De las otras vías,las de las redes secunarias y terciarias a cargo de la gobernación y las alcaldías mejor ni hablemos.

¿En qué momento los habitantes de ciudades como Cúcuta, Los Patios y Villa del Rosario, para hablar del área metropolitana de la capital del departamento, tendrán el servicio de agua potable las 24 horas del día?

¿Por qué se dejo morir la zona franca de Cúcuta hasta pasar a manos de inversionistas de otras ciudades?

¿Qué justifica que un negocio tan rentable como producir y vender licores, mucho más cuando se tiene el monopolio en una región, no haya servido para evitar la liquidación de la Industria de Licores de Norte de Santander hace ya varios años?

¿Cómo entender que las universidades de patrimonio público en la región reciban tan poco presupuesto del gobierno central, a diferencia de otros centros de educación superior de similar nivel en Colombia?

¿Por qué muchos hospitales de municipios importantes terminaron convertidos en poco menos que centros de salud?

¿Por qué una región tan estratégicamente rica como el Catatumbo sigue estando muchas veces a la buena de Dios, viendo cómo moradores y visitantes de la misma buscan ganar su sustento raspando hojas de coca, cuando se cierran otras puertas laborales?

¿Cómo explicar que en un departamento con variedad de climas, petróleo, carbón, arcilla, fósforo, caña de azúcar, café, cacao, etc, etc, etc, haya tanta gente en la pobreza y en la marginalidad?

¿Cuánto tiempo deberán esperar los amigos de Gramalote para ver reubicada y reconstruida su cabecera urbana?

En fin, preguntas van, preguntas vienen.

Me atrevo a dar una respuesta que aunque general y a lo mejor algo injusta, no resulta del todo descabellada: ¡FALTA DIRIGENCIA! ... ¡FALTA LIDERAZGO.! Así, en mayúscula y negrilla porque hay que gritarlo.

Gobernadores, alcaldes, senadores, representantes a la cámara, dirigentes gremiales y del sector privado han sido inferiores, contadas excepciones, a las responsabilidades que han jurado cumplir. Han terminado haciendo lo más fácil: impulsar lo mínimo que se pueda o lo que toca, las tareas obvias, con los ejercicios que cualquiera podría desarrollar. Por eso, cuando alguien asume dignidades y responsabilidades tiene que esforzarse por dar lo mejor de sí para el bien común, que no tiene por qué ser contrario al bien individual.

No cuesta demasiado entender por qué otras regiones crecen en materia industrial, comercial, investigativa, vial, de servicios públicos, en salud, educación, turismo, desarrollo urbanístico, entre diversos aspectos más, y Norte de Santander sigue deprimido.

Mientras otras zonas reciben anuncios de inversión para grandes e impactantes proyectos, aquí nos contentamos con manifestaciones presidenciales por 5 mil millones de pesos para reparar la carretera entre Cúcuta y Sardinata, suma con la cual no se tapan ni la mitad de los huecos y hundimientos existentes sobre la vía.

La clase política regional, insisto, salvo contadas excepciones, no merece autoproclamarse como líder de esta zona de frontera. Bueno, a lo mejor ejercen liderazgo en temas de corrupción, ineptitud, incompetencia o, simplemente, ignorancia. Ni los grandes apellidos del departamento ni los anónimos pescadores de votos con respaldos a veces de dudosa procedencia han podido ayudar a construir un Norte de Santander en condiciones de equidad y justicia social que llaman.

Ya no se puede seguir pensando en pequeño, llegó el momento de ser atrevidos, y quienes no crean que eso es necesario, pues que den un paso al costado y no estorben. Por ellos y por nosotros mismos es que estamos como estamos.

Ojala este sábado 19 de febrero el tan mentado Acuerdo para la Prosperidad que encabezará el Presidente Juan Manuel Santos en la ciudad de Cúcuta con la clase dirigente seccional sirva para que el panorama empiece a cambiar. Espero que mi esquizofrenia cognitiva también.

Fotografías: Los estoraques en La Playa de Belén y un costado del parque principal de Pamplona

miércoles, 9 de febrero de 2011

Periodismo: arte, oficio y profesión



Dentro de las tareas más nobles que puedan encontrarse en las sociedades de ayer y de hoy aparece, sin duda alguna, la del ejercicio periodístico y, con ello, el trabajo de centenares de hombres y mujeres que en el mundo a través de la información y la opinión propenden a diario por enseñar todo aquello que merezca la luz pública, así esa condición no deba únicamente quedar sujeta a criterios, intereses y caprichos de las salas de redacción, directores y dueños de medios.

Aunque los orígenes del periodismo se pueden encontrar en los pueblos antiguos que a través de bloques de madera, pergaminos y papiros dejaban huellas de sus manifestaciones político-culturales, en el caso de la China del siglo VI o el antiguo Imperio Romano, para citar apenas un par de referencias, la invención de la imprenta a cargo del alemán Hans Gensfleich Von Guttemberg por allá en 1450 fue una creación definitiva para el desarrollo posterior de dicha actividad.

Cómo no recordar lo que algunos expertos han dado en llamar la explosión de periódicos y otros escritos, bueno parte de ellos elaborados en la clandestinidad, en 1789, que alimentaron la célebre revolución francesa y que dentro de la historia dan cuenta de la importancia de la libertad de pensamiento y expresión, como antecedentes de la hoy proclamada libertad de prensa.

Para el caso colombiano aunque los antecedentes datan de 1785, se considera el 9 de febrero de 1791 como fecha fundamental por la aparición del primer número del Papel Periódico de la Ciudad de Santa Fe de Bogotá, dirigido por el cubano Manuel del Socorro Rodriguez. En el libro escrito por Antonio Cacua Prada y titulado 'Historia del Periodismo Colombiano' se deja leer que "en la imprenta real de Don Antonio Espinosa de los Monteros fueron editados los primeros 259 números, que aparecieron, con excepción de la primera edición, todos los viernes."

Esto ocurrió buen tiempo después que se publicara el primer periódico impreso en el mundo llamado Nurenberg Zeitung cuando transcurría el año de 1457 en Alemania.

Los desafíos del periodismo

Los investigadores dan cuenta de esa rica historia del periodismo, pero vale la pena detenerse ahora en el impacto que viene teniendo en nuestras comunidades a través de los medios de comunicación tradicionales y alternativos, en las grandes y pequeñas empresas que hacen parte de la conocida industria de la información, que aunque tiene un montón de cosas buenas tal vez albergue como pecado mayor haber convertido a la información, precisamente, como simple mercancía en distintos casos y escenarios. Claro, nada puede ser perfecto, pero siempre deberá trabajarse con miras a lograr dicho estado.

No es la intención entrar en discusiones sobre si el periodismo es un cuarto poder, término acuñado cuando la revolución industrial, o si se trata mejor de un contra-poder, como personalmente lo analizo, porque así corre un riesgo menor de quedar sometido a las otras fuerzas existentes.

El periodismo es, por encima de todo, servicio, no servil, que es diferente. Por ello, el papel que deben asumir los periodistas dentro de cualquier sociedad es de la mayor significación por cuanto cada palabra que plasman, cada frase que construyen, cada discurso que elaboran, terminan convertidos en herramientas poderosas, ésas sí, no para los medios sino para la sociedad como tal, que merece saber de buena forma cómo marcha su entorno y el mundo.

De aspectos como los anteriores depende en alguna parte la formación de ciudadanos y, con éstos, de opiniones públicas que necesitan tomar decisiones a diario sobre el presente y futuro de las comunidades que integran, a partir de la recepción de informaciones claras, veraces, rigurosas y oportunas, atravesadas todas estas características por el imprescindible componente ético.

A los periodistas no se les puede pedir que sean objetivos, por cuanto la objetividad en el periodismo no existe, tema que discutiremos en otro momento. Lo que se les debe reclamar de manera constante es el afán y la disciplina por acercarse lo más que puedan a la verdad de las historias que cuentan; por entender que la realidad no tiene parte y contraparte, sino partes y contrapartes; es decir, que hay diferentes realidades y formas de acercarse y entender el mundo, entre ellas las suyas; que la información es un servicio público y no un producto o mercancía para feriar e intercambiar por distintos privilegios.

Los periodistas, apartándonos de cualquier concepción normativa, son servidores públicos que tienen como fundamento el desarrollar un trabajo en beneficio de la sociedad, no de sus patronos laborales, de sus propias empresas de comunicación o de los gobernantes de turno, porque entonces la nobleza del arte, oficio y profesión, según se le quiera entender, queda desvirtuada y sesgada.

El periodismo es arte por cuanto a través de la palabra se puede ayudar a transformar con creatividad aquello para lo cual valga la pena atreverse, de ahí que la pretensión no sea el disponer de talento para redactar sino de capacidad para escribir, dibujar y plasmar textos que generen sensibilidad y ganas de cambiar el mundo.

El periodismo es oficio porque así nos lo han enseñado grandes maestros quienes convertidos en verdaderos autodidactas han demostrado que lo público debe estar por encima de todo, y que el bien común no es un un sueño sino una meta por alcanzar cada día, tarea en que los medios de comunicación pueden aportar mucho.

El periodismo es profesión porque cada día la sociedad tiene mayores exigencias y merece que los periodistas no sólo nazcan con esa virtud y compromiso, sino se hagan y se capaciten de manera permanente, con mayor razón ahora que los lenguajes multimediales se han apoderado de buena parte de las relaciones sociales, y que hemos pasado de vivir en pequeñas aldeas a medianas o grandes moles de cemento donde hasta conocer el nombre del vecino de residencia se ha convertido en dificultad. De ahí que la formación académica no deba considerarse como alternativa sino necesaria en el mundo actual.

En el día tradicional del periodista colombiano, que tuvo su vigencia normativa hasta la caída de la ley 51 de 1975 al ser declarada inconstitucional, vale la pena destacar el trabajo de los comunicadores que gozan de amplio reconocimiento a nivel nacional y prestan sus servicios a los grandes medios pero, por encima de todos ellos, a aquellos periodistas de ciudades y pueblos que con bajo perfil y casi en el anonimato cumplen un trabajo tan grande, por lo serio y honesto, demostrando a diario que el periodismo no es cuestión cosmética o de chisme, sino un arte, oficio y profesión que, sin mezquindades, ayuda a hacer posible las utopías que nos propongamos como sociedad.

Feliz día a todos los colegas, incluyendo a aquellos que han partido a la eternidad luego de haber dejado huella en muchos de nosotros. También, para no ser excluyentes, a quienes se han convertido en negociantes de la información y la opinión, porque gracias a sus reprochables actuaciones hemos aprendido lo que no debe ser el periodismo.

Por último, algunos deseos aprovechando la ocasión tan especial:

& Que las empresas de medios reconozcan el trabajo de los periodistas no con palmaditas en el hombro y tarjetas de felicitación cada 9 de febrero, sino con salarios dignos.

& Que esa figura del periodista integral, es decir, que lo ponen a hacer de todo (una especie de aceite 3 en 1), no siga siendo alimentada como parte de la industria de la información. Abajo ese eufemismo, pues la palabra no es otra diferente a explotación.

& Que algunos gobernantes no pretendan seguir chantajeando a los periodistas con los famosos cupos publicitarios; en otras palabras, que no busquen dar plata a través de contratos oficiales en cuñas, comerciales y avisos para silenciar la verdad que los comunicadores deben difundir.

& Que ciertos periodistas no pretendan chantajear a algunos gobernantes bajo la amenaza de que 'si no hay plata' entonces les pasarán cuentas de cobro públicas con base en desinformación (engaño premeditado en lo que se transmite).

& Que los graduados de las facultades y escuelas de comunicación social y periodismo no salgan a repetir los esquemas de quienes ya tenemos algún tiempo en los medios; por el contrario, a innovar y dejar atrás muchos vicios existentes.

& Que haya menos cosas políticas y códigos en los noticieros y más análisis en sus emisiones estelares, o que dichas notas sean trasteadas a las insoportables e inacabables secciones propagandísticas de farándula de nuestra televisión privada.

& Que los funcionarios públicos y muchos dirigentes del sector privado entiendan que el periodista no es amigo cuando habla bien y enemigo cuando expone críticas; ellos son simplemente fuentes de información o centro de análisis. Los aliados y contradictores quedan para la vida personal del comunicador.

& Que se entienda que la compra de una grabadora o una cámara de vídeo en un centro comercial, el pasar por un reinado de belleza o el tener plata para pagar un espacio radial, por ejemplo, no convierte a quien así lo haga en periodista. Tampoco el simple hecho de tener un diploma universitario.

& Que la próxima vez que a alguien le de por escribir un artículo no académico sobre el periodismo y el día del periodista no se extienda tanto, porque: "lo bueno, si breve, dos veces bueno".

lunes, 7 de febrero de 2011

Censura electoral


Sigue dando de qué hablar el ya tristemente célebre artículo 47 de la reforma política aprobado en diciembre por el Congreso de la República, según el cual en la elecciones de octubre próximo para elegir gobernadores, alcaldes, diputados concejales y juntas administradoras locales, sólo podrán sufragar quienes lo hayan hecho en los comicios de 2010 cuando en las urnas se decidió el nombre de Juan Manuel Santos como nuevo Jefe de Estado.

Lo anterior significa, nada mas y nada menos, que de aproximadamente 30 millones de colombianos mayores de edad y en capacidad de votar, apenas el 50 por ciento de ellos lo pueda hacer, recibiendo los demás el castigo por haber hecho parte de la mayoritaria población abstencionista; es decir, por no haber sufragado en la más reciente oportunidad. La única posibilidad para los hoy afectados de no perder dicho derecho sería el de volver a inscribir sus cédulas dentro de pocas semanas para quedar nuevamente activos dentro del censo electoral.

El pronunciamiento que sobre el particular haga la Corte Constitucional deberá ser contundente, dentro de la sabiduría que tengan sus magistrados, sin olvidar que semejante despropósito apenas asomó la cabeza en las actas de conciliación de Senado y Cámara de Representantes, nunca en los debates reglamentarios que se exigen para aprobar las leyes en este país. ¿Qué piensa sobre el particular el Presidente Santos?

La Constitución Política de Colombia de 1991 es, por encima de todo, una carta fundamental de derechos que en sus dos primeros artículos recoge de forma clara la concepción de lo que debe ser un Estado Social de Derecho, y que dentro de algunos de sus fines esenciales clama por "facilitar la participación de todos (los ciudadanos) en las decisiones que los afectan".

De ahí que no resulte entendible (no soy abogado, mucho menos constitucionalista, apenas un ciudadano común y orgulloso Comunicador Social-Periodista), que por cuenta de la clase politiquera nacional se cercene el derecho de millones de connacionales a participar, si así lo decidieran, en las elecciones de octubre y, de paso, con el pretendido nuevo censo armar estrategias para quién sabe qué tipo de fines a corto y mediano plazo.

Si bien es cierto que muchos ciudadanos no merecen ese título por cuanto su participación en la vida política del país es casi nula, entendiendo por ésta no solamente la partidista-electoral, sino toda aquella que permita el reconocimiento como sujetos de derechos y deberes dentro de una sociedad a quienes se preocupan por lo público y el bien común a partir de procesos colectivos, también lo es que muchas de las condiciones al interior del territorio nacional escasamente dan para que cientos de personas intenten subsistir teniendo como prioridades el adquirir un pedazo de pan y una panela para medio pasar el día con algo en el estómago.

Entonces, si decimos que en Colombia impera un sistema democrático difícilmente cabe en cabeza alguna que ahora se proponga como castigo para los abstencionistas al sufragio dejarlos sin posibilidad de votar en los próximos comicios, mucho más cuando el voto obligatorio no está contemplado por la Constitución ni tampoco que por el hecho de no asistir antes a las urnas se empiecen a perder ahora determinados derechos.

Más bien valdría la pena preguntar por qué casi siempre algo más de la mitad de los colombianos deja de acercarse a las mesas a reclamar los tarjetones: la apatía y la falta de compromiso ciudadano seguramente hagan parte de las causas que se encuentren, pero resulta claro que otras como la altísima corrupción imperante, los engaños constantes de los candidatos, el 'voltiarepismo' por doquier, los conciertos para delinquir con la finalidad de apropiación del erario público, y hasta las trampas que se denuncian tras los escrutinios, parezcan razones de mayor poder para que muchos no acudan a las llamadas 'citas democráticas'. En otras palabras, los negociantes de la política que han espantado a los electores de los puestos de votación se parecen demasiado a los barras-bravas del fútbol que alejaron a los aficionados de los estadios.

Claro, los buenos candidatos, los que guardan una coherencia ética entre sus discursos y acciones, quienes están dispuestos a convertirse en servidores públicos en el sentido pleno del término, aquellos que visionan una sociedad mejor, que no teman pensar en grande ni liderar transformaciones; merecen el apoyo efectivo del pueblo, el respaldo de la opinión pública y el acompañamiento de la sociedad civil. El problema es que esos hombres y mujeres se pierdan en el rincón de los recuerdos, endeudados hasta el cuello, sin el apoyo popular suficiente, y sigan siendo las maquinarias politiqueras las que continúen tomando las riendas del poder.

Señoras y señores, al ahogado no hay que buscarlo río arriba, a no ser que los mezquinos y torcidos intereses lo requieran, aunque a lo mejor los gestores de tamaña iniciativa de castigo puedan argumentar los mejores propósitos para la sociedad colombiana, cosa que no creo.

En un país donde se hace evidente la necesidad de restituir tierras a los desplazados por la violencia, de buscar que ninguna persona se vaya a la cama con hambre, de asegurar calidad en la educación para niños y jóvenes, de permitir igualdad de oportunidades para sus ciudadanos, de posibilitar empleos y salarios dignos, de defender el derecho a la vida, resulta cuestionable que por cuenta de la reforma política quieran borrar ahora, de un plumazo, a los abstencionistas, pues esa también es una forma que tiene la gente de manifestarse cuando ve que 'todo cambia para que las cosas sigan tal como van', o a veces peor.